Hola a todos! ¿Cómo
están?
Este mes se nos ocurrió dedicarle un post a las grandes protagonistas de la
Chacra en estos momentos: las cosechas.
Si bien aún faltan unos meses para terminar el año, octubre marca el cierre de
un ciclo que comenzó en los primeros meses y al que todavía no le habíamos
dedicado unas palabras. Hoy les contaremos cómo trabajamos con los niños y
niñas durante este proceso y qué buscamos en la Chacra con esta actividad.
Todo comienza en marzo, abril o incluso mayo, cuando el calendario lectivo nos permiten iniciar siembras. En esa primera salida realizamos una actividad milenaria que comenzó hace más de 10.000 años con el inicio de la agricultura: la siembra.
En la chacra contamos con 12 canteros destinados a esta tarea. Antes de iniciar la tarea manual, reflexionamos con todo el grupo sobre los requerimientos
básicos de una planta para vivir: el suelo, el agua, la luz y los nutrientes.
Esta conversación nos permite reconocer a la planta como un ser vivo, dependiente
de ciertas condiciones, y comprender que cada acción en el cantero está guiada
por esas necesidades.
Hecha esta introducción, nos dirigimos hacia el área de los canteros. Dependiendo del grado, realizamos dos tipos de siembra: individual o colectiva.
Las siembras colectivas las destinamos a los más pequeños o a quienes ya sembraron de forma individual en años anteriores. En estos casos se asignan ciertos tramos del cantero para una o dos especies, promoviendo el trabajo en equipo.
En la siembra individual, cada niño cuenta con una pequeña porción de terreno que lleva su nombre, donde podrá cultivar diferentes especies.
El
trabajo de siembra
Antes de colocar las
semillas hay muchas tareas previas.
Al llegar a los canteros, se les entrega un asadín con el cual realizan la
primera tarea: laborear el suelo.
Les explicamos cómo usar la herramienta y por qué es importante dejar el suelo
suelto y aireado. Romper los terrones grandes y aflojar el material permite que
las raíces puedan explorarlo con mayor facilidad.
Mientras laboreamos, incorporamos el abono. Les contamos que
el año anterior, grupos como el de ellos cosecharon en esos mismos canteros y
que, al hacerlo, extrajeron nutrientes del suelo. Al agregar abono, devolvemos
lo que tomamos, comprendiendo que el suelo no puede ser trabajado de forma
extractiva: debemos retribuirle los recursos que nos brinda.
Una vez listo el terreno, pasamos a la siembra propiamente dicha, donde se integran múltiples saberes: los puntos cardinales, la importancia del sol, la geometría y la motricidad. Reconocemos por dónde sale el sol, el movimiento aparente que hace por el cielo hasta que se oculta y cómo la ubicación de las especies no es arbitraria, sino que puede influir en su crecimiento, evitando que las más altas den sombra a las más pequeñas. También analizamos por qué elegimos ciertas especies y no otras, relacionándolo con la estacionalidad de los cultivos y sus requerimientos de temperatura. En los canteros individuales, utilizamos cañas e hilos para formar figuras geométricas (generalmente cuatro triángulos) y así delimitar los espacios de siembra, permitiéndonos trabajar matemáticas de forma aplicada.
Este paso despierta curiosidad, razonamiento espacial y coordinación motora fina, ya que deben atar los hilos, identificar las figuras y comprender su finalidad.Luego, explicamos cómo
sembrar cada especie, considerando la distancia entre semillas, la profundidad
y el espacio entre surcos. Esta parte requiere paciencia, observación y
precisión, pero también fomenta la autonomía: entienden que cada decisión tiene
un propósito en el desarrollo de la planta.
Finalmente, colocamos una capa de cáscara de arroz
sobre la superficie, razonando juntos su función: proteger el suelo de lluvias
fuertes, mantener la humedad y evitar la erosión.
La siembra, aunque
demandante, es una experiencia profundamente significativa. Requiere esfuerzo,
atención y colaboración, pero a cambio ofrece una alegría genuina y un sentido
de pertenencia al entorno natural.
Acompañamiento
y cuidado
Las instituciones que
eligen sembrar deben visitar la Chacra al menos tres veces al año. Creemos que
este es el mínimo de visitas para que mantengan un vínculo con sus plantas,
observando cómo el crecimiento demanda tiempo, paciencia y cuidado.
En la segunda salida,
regresan para observar el progreso y realizar una tarea clave: el desmalezado.
Esta actividad consiste en retirar las malezas que compiten con los cultivos
por agua, nutrientes y espacio. Aquí se conjugan la motricidad, la
concentración y la capacidad de identificar las hojas y tallos propios de cada
especie. Es un trabajo de observación fina, en el que cada niño aprende a
distinguir, seleccionar y cuidar.
La segunda visita
suele complementarse con clases sobre el suelo, las flores, las partes de la
planta o temas que las maestras elijan trabajar en ese momento del año según
proyectos de grado o institucionales.
La
cosecha: cierre y celebración
Por último, llega el
momento más esperado del proceso: la
cosecha.
En el caso de las siembras colectivas, el grupo debe pensar cómo distribuir el
trabajo, cómo clasificar los vegetales (por tamaño, por ejemplo) y cómo
acondicionarlos para llevarlos a sus casas en buenas condiciones.
Cada planta se cosecha
de manera distinta según el órgano que consumimos: raíz, tallo, hoja o fruto, y
en ese gesto reconocen la diversidad de
formas de vida vegetal y su función en la alimentación humana.
La cosecha, además,
culmina con una jornada de juegos al aire libre, donde se celebra el proceso
completo. Es un día de alegría, aprendizaje y conexión con la tierra, en el que
cada niño o niña lleva consigo mucho más que vegetales: se lleva una
experiencia de responsabilidad, trabajo colectivo y respeto por la naturaleza.
Cierre
Desde la Chacra
entendemos que sembrar, cuidar y
cosechar son actos profundamente educativos. En cada etapa se siembra
también curiosidad, paciencia, empatía y
compromiso con el entorno.
Estas experiencias permiten descubrir el
valor del trabajo en comunidad, comprender los ciclos naturales y aprenden que todo crecimiento requiere tiempo, dedicación y respeto.
En un mundo cada vez
más acelerado y desconectado de la tierra, volver
a ensuciarse las manos, ver brotar una semilla y esperar con calma la cosecha
es, en sí mismo, un acto de aprendizaje y esperanza.
¿Has vivido la experiencia de sembrar, cuidar y cosechar?
¿Piensas se precisa un campo o en un balcón, o terraza podrías lograrlo?
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