Amigas silenciosas de todos los rincones: las arañas.

30 noviembre, 2025

 

¡Hola a todos! No queríamos cerrar este año sin dedicarle un post a un animal muy maravilloso. Viven muy cerca de nosotros, aunque casi siempre pasan desapercibidas. No hacen ruido, no cantan, no ladran ni maúllan. Caminan en puntas de patas, despacio o muy rápido, y observan el mundo con muchos más ojos de los que imaginamos. Entran y salen de sus escondites sin que lo notemos. Construyen, cazan, mudan de piel, tejen, esperan. Son habitantes silenciosos que han compartido la Tierra con nosotros desde mucho antes de que existieran las casas, los autos y las ciudades.

Hablamos de las arañas.

A veces aparece una en una esquina del techo, o en una planta del jardín, o debajo de una piedra cuando la levantamos para ver qué hay. Algunos reaccionan con un salto. Otros, con un grito. Algunas personas sienten un escalofrío. 

¿Por qué? ¿Qué tiene este pequeño animal de ocho patas que despierta tanto revuelo? Quizás la respuesta esté en nuestra propia historia: aprendimos, como especie, que ciertos animales podían ser venenosos y que era mejor mantener distancia. Ese aprendizaje muy antiguo quedó guardado en nuestros instintos. Pero también es verdad que, con el tiempo, las historias, las películas, los cuentos y la imaginación popular exageraron y deformaron lo que realmente son las arañas. Les inventaron una fama que no merecen.

Porque cuando nos detenemos a conocerlas, cuando miramos despacio cómo viven, cazan, crecen, cuidan a sus crías o simplemente se asoman desde su tela, descubrimos que son animales fascinantes, increíbles, y en la enorme mayoría de los casos, inofensivos para nosotros.

Pero, ¿qué son las arañas?

Si pudiéramos acercarnos sin miedo —o incluso con una lupa— veríamos que las arañas no son como los insectos que solemos observar. Ellas pertenecen al grupo de los arácnidos, junto con los escorpiones y los opiliones, y eso ya las hace especiales. Su cuerpo está dividido en dos partes principales: el cefalotórax, donde están las patas y la cabeza, y el abdomen, que es más blando y guarda secretos increíbles. 

A diferencia de los insectos, no tienen antenas ni alas, y en vez de seis patas tienen ocho, fuertes y articuladas.

Pero lo más sorprendente es lo que no se ve a simple vista: la seda. Todos conocemos las telas, pero no siempre sabemos que la seda nace dentro del cuerpo y sale por unas pequeñas estructuras llamadas hileras, ubicadas al final del abdomen. Es una seda tan resistente que, si pudiéramos compararla en proporción de grosor, sería más fuerte que el acero. Y sin embargo, es ligera como un hilo de viento.

Las arañas también tienen muchos ojos, casi siempre ocho. Pero eso no significa que vean bien. La mayoría ve apenas sombras y movimientos; algunas, como las arañas saltarinas, tienen una visión tan precisa que son capaces de seguir con la mirada un insecto a varios centímetros de distancia, reconocer formas y hasta “mirar de frente” a quien las observa.

Su cuerpo está envuelto en un exoesqueleto, una especie de armadura externa que las protege pero que no crece con ellas. Por eso, cada tanto deben quitárselo, como quien se saca un abrigo que quedó chico. Este proceso se llama muda, y es tan delicado que en la naturaleza muchas arañas lo hacen escondidas, en un refugio seguro. Algunas mudan diez o doce veces hasta volverse adultas. Otras, como las arañas pollito, pueden vivir décadas y seguir mudando aun siendo grandes.

La vida secreta entre plantas, muros y piedras

Si hay algo que caracteriza a las arañas es su capacidad para adaptarse a casi cualquier rincón. En Uruguay viven cientos de especies (unas 500 registradas hasta ahora), y prácticamente cada ambiente tiene las suyas.

En los jardines, por ejemplo, es frecuente ver las telas circulares perfectas de la araña del jardín, que se queda quieta en el centro, como si fuera una estrella esperando que una mosca o una mariposa tropiece con su obra maestra. Le basta sentir una vibración para saber que llegó el momento de avanzar, envolver y alimentarse.


En el suelo, escondidas entre hojas secas y pastos, las arañas lobo caminan con paciencia. No construyen telas para atrapar presas: prefieren acechar, esperar el instante justo y lanzarse con rapidez. Son excelentes madres: cuando nacen sus crías, las llevan sobre el abdomen como si fueran una mochila viva, y ellas viajan juntas durante días o semanas, aprendiendo poco a poco a moverse por el mundo.

Debajo de piedras, troncos o macetas viven muchas arañas cazadoras que no necesitan tejer para sobrevivir. Algunas son tímidas, otras muy rápidas. Muchas tienen colores que las camuflan a la perfección.


En los rincones interiores de las casas —esos lugares donde rara vez miramos detrás de un mueble, un cuadro o un depósito— puede vivir otra araña: la araña del cuadro (Loxosceles laeta), pequeña, marrón, silenciosa y amante de los sitios poco movidos. No busca molestarnos: prefiere estar donde no haya disturbios. Pero es una de las dos especies uruguayas cuyo veneno puede causar lesiones en la piel.

En zonas rurales, debajo de piedras o entre vegetación espesa, también vive la famosa viuda negra (Latrodectus mactans), negra brillante con una marca roja o amarilla en el abdomen. Es una tejedora de telas desordenadas, fuertes, tensas. Su veneno es potente, y ante una mordedura se debe consultar rápidamente. Pero es importante recordarlo: estas dos especies son excepciones entre cientos de arañas que nos rodean y que no representan peligro alguno para nosotros.

La mayoría es demasiado pequeña para mordernos, demasiado tímida para acercarse, demasiado ocupada en buscar alimento o hacer su tela como para tener interés en los humanos.

Cazar para vivir

Todas las arañas son carnívoras. En sus dietas pueden incluirse mosquitos, moscas, polillas, grillitos, insectos saltarines y hasta otras arañas. Su forma de conseguir alimento es tan variada que parece sacada de un libro de criaturas mágicas.


Algunas fabrican telarañas geométricas tan perfectas que podrían confundirse con arte. 

Otras fabrican telas más desordenadas y otras no tejen en absoluto, sino que cazan al acecho, como pequeñas leonas del pastizal.




Una parte esencial del equilibrio

Cuando pensamos en todas estas historias, puede parecer que las arañas viven vidas muy distintas a las nuestras. Pero lo cierto es que dependemos mucho de ellas, aunque no lo sepamos.

Las arañas son uno de los grandes reguladores naturales del planeta: controlan poblaciones de insectos, muchas veces mejor que cualquier insecticida. Sin arañas, habría tantos mosquitos, moscas y plagas agrícolas que nuestra vida sería muy diferente. También son alimento para aves, anfibios, lagartijas y mamíferos pequeños. Son parte de una red que sostiene bosques, praderas, huertas y ciudades.

Además, sus hilos inspiran a científicos e ingenieros. Su veneno es estudiado para desarrollar medicamentos. Su forma de cazar, de moverse, de construir, inspira tecnologías nuevas.

Cambiar la mirada

Quizás la próxima vez que una araña aparezca en la esquina del techo, podamos verla de otro modo. No como un enemigo silencioso, sino como un vecino antiguo que cumple una tarea difícil y necesaria: mantener el mundo funcionando.

Podemos observarla, aprender de ella, entender su comportamiento. Podemos reconocer que el miedo que sentimos no es culpa suya, sino herencia de historias mal contadas.

Porque detrás de esas ocho patas, de esos ojos brillantes y de ese cuerpo pequeño, hay siglos de evolución, estrategias ingeniosas y una vida que merece ser mirada con atención y respeto.

Las arañas son parte de nuestro país, de nuestros patios, de nuestras casas y de nuestros ecosistemas. Son artistas, cazadoras, constructoras, madres dedicadas, viajeras silenciosas.

Y tal vez, si las conocemos un poco más, podamos empezar a verlas como realmente son: pequeñas maravillas que sostienen la vida, hilo por hilo.

¿Te animarías a hacer una encuesta en tu hogar o escuela para conocer la percepción que tienen las personas sobre esta especie animal?

¿Qué preguntas te parece relevante hacer para que tu encuesta recabe información pertinente?

¿Tendrán la misma percepción los niños y niñas que las personas mayores?

 

 

 

 

 











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