¡Hola a todos! Hoy les traemos el último post de este año. En lugar de investigar sobre un tema específico, cómo solemos hacer, queremos detenernos en un aspecto de la enseñanza que, aunque sencillo a primera vista, tiene mucho para explorar: la importancia del juego en los niños. Estamos lejos de ser expertos en el tema, pero la experiencia vivida en la Chacra nos ha permitido entrever destellos de su verdadera importancia y quizás podamos aportar nuestro granito al tema.
Cuando niños y niñas llegan a la Chacra, un mundo nuevo parece abrirse
frente a ellos. Antes de cualquier actividad, en previo acuerdo con las
maestras, les recordamos algo esencial: “el tiempo de juego no es
un premio”. En un mundo que tantas veces equipara la diversión con la
recompensa, creemos firmemente que el juego es un derecho, no un privilegio
condicionado por el comportamiento. Es un espacio donde son libres de
imaginar, de crear, de ser ellos mismos, lejos de los juicios y las
restricciones que a menudo los rodean. Si creemos que el juego es realmente
importante, y así lo vemos en la Chacra, su tiempo no debería estar
condicionado.
La Chacra, con su manto de verde vivo, no es solo cualquier espacio físico; es uno que invita a ser explorado con todos los sentidos. La Chacra está formada por elementos naturales vivos e intertes y esto no es menor. Muchas escuelas no cuentan con espacios verdes y también pueden no tenerlos en sus hogares. Es común que cuando niñas y niños bajan del transporte hagan alguna referencia a los olores, los sonidos o las amplias vistas que se extienden hasta donde alcanza la mirada... todo se convierte en una invitación a explorar y jugar.
Teniendo esto en cuenta, ¿cómo negarles la necesidad de disfrutar un espacio que ellos mismos saben apreciar de inmediato? Aunque intentamos hacer nuestras clases lo más estimulantes, atractivas, desafiantes y didácticas posibles, es difícil ganarle al tiempo de juego. Ese momento en que les decimos, “pueden ir a jugar” y que desata gritos de alegría y estampidas hacia el área de juegos ocurre un rincón de la Chacra donde tenemos una área para este propósito, un pequeño puente colgante y un camino de troncos se convierten en un desafío para el equilibrio; dos pinos caidos son guaridas, fortalezas o espacios para compartir secretos. Una casita de madera y un subi baja completan este espacio. Casi nos olvidamos de uno, la chancha de fútbol, que tantas pasiones despierta.
Recientemente, los troncos de un árbol talado adquirieron una inesperada popularidad: los niños los usaron como mesas, fogones imaginarios y un montón de otros roles han tenido estos troncos. En relación con esto, en una de las cosechas de remolacha que hicimos este año ocurrió algo mágico. Ya habíamos seleccionado y guardado las remolachas, pero algunas de las más chiquitas quedaron en el pasto. Algunos niños comenzaron a juntarlas y usando los troncos como mesas machacaban las remolachas usando palos. Usaron el pigmento para pintarse la cara y buscaban las mejores ramas como herramientas. Con la compañía adulta y lupas hacían fueguito. Fue como presenciar el nacimiento de una pequeña tribu, unida por la creatividad y la alegría pura.
La naturaleza como maestra
El entorno natural de la Chacra no solo es un escenario para el juego,
sino también un catalizador de curiosidad y aprendizaje. Mientras juegan, los
niños descubren y preguntan: ¿qué insecto es este? ¿Por qué esta semilla tiene
esta forma? ¿Qué hace este hongo aquí? En esos momentos, el juego trasciende la
diversión y se convierte en una puerta hacia el conocimiento, una oportunidad
para aprender desde la experiencia y el asombro.
En un mundo donde el aprendizaje formal tiende a priorizar lo
estructurado y lo medible, estas preguntas espontáneas nos recuerdan la
importancia de preservar el asombro infantil, a dejar espacio para que la curiosidad ocurra. En la naturaleza, los niños no
solo encuentran respuestas; encuentran preguntas que los impulsan a mirar el
mundo con ojos nuevos. Este tipo de aprendizaje, orgánico y genuino, es tan
valioso como cualquier lección planificada.
¿Por qué, entonces, el juego sigue siendo subestimado en tantos
contextos? Quizá porque, en una sociedad obsesionada con la productividad, lo
que no se traduce en resultados inmediatos se percibe como una pérdida de
tiempo. Sin embargo, el juego es todo lo contrario: es una inversión en el
desarrollo emocional, social y cognitivo en la infancia. Es un espacio donde
aprenden a negociar, a cooperar, a resolver problemas y, sobre todo, a ser
ellos mismos.
Reflexiones finales
El juego, especialmente en la naturaleza, es mucho más que una actividad
recreativa; es un acto de resistencia en un mundo que a menudo prioriza la
estructura sobre la libertad, la teoría sobre la práctica, la eficiencia sobre
el disfrute. Es un espacio donde no solo se divierten, sino que se
forman como seres humanos.
Al jugar, no solo encuentran diversión; encuentran un refugio,
un lugar donde pueden ser plenamente ellos mismos, sin juicios ni expectativas
externas. Si a esto le sumamos un espacio natural, estamos favoreciendo la
conexión esencial que tenemos con la naturaleza, una conexión que a menudo
olvidamos en el ruido de la vida cotidiana.
De cara al futuro, es imperativo que como sociedad repensemos nuestra
relación con el juego y el tiempo libre. Si queremos formar generaciones más
empáticas, creativas y resilientes, debemos garantizar que niñas y niños tengan acceso a espacios donde puedan jugar libremente, sin condiciones ni
restricciones. Debemos recordar que, en el juego, no solo aprenden;
también sueñan, crean y descubren quiénes son.
El juego, en esencia, es un puente entre la infancia y la humanidad, entre el presente y el futuro, entre la imaginación y la realidad. Al permitirles ese tiempo para jugar, no solo les regalamos momentos de alegría; les devolvemos un fragmento vital de lo que significa ser plenamente humanos en comunión con el entorno.
Para terminar les deseamos que puedan hacer un buen balance de lo vivido en el 2024. Para el año 2025 deseamos lo inicien con ilusión, pasión y deseo de continuar acompañando infancias para que crezcan en plenitud.
A quienes nos leen desde Uruguay y distintos rincones del mundo, les agradecemos de corazón por ser el motor que mantiene vivo este espacio de escritura y reflexión.
A las maestras y maestros que nos visitan cada año gracias por el esfuerzo de concurrir y la confianza que depositan en nosotros.
Y un gracias especial a las niñas y niños que nos enseñan cada vez que comparten con nostros aquí en la Chacra.
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