¡Hola a todos y todas!
Hoy les venimos a contar de unos seres vivos maravillosos, se trata de unas plantas
muy peculiares, ya que no tienen flores, ni frutos, ni semillas… pero son
verdes, tienen hojas grandes y parecen sacadas de un rincón prehistórico. Estamos
hablando de los magníficos helechos.
Aunque han pasado
millones de años, los helechos han cambiado muy poco desde entonces. Son, en
cierto sentido, como una ventana verde hacia el pasado. Mirarlos es conectarse
con la historia profunda de la Tierra, con sus primeras selvas, con una época
donde ni siquiera existían las flores.
¿Qué
hace que un helecho sea un helecho?
Hoy en día, los
helechos siguen siendo muy diversos y abundantes. Se conocen más de 10.000
especies distintas, que crecen en lugares húmedos, sombríos o incluso en
rincones insólitos como paredes húmedas, acantilados o en los árboles.
Una de sus
características más importantes, es que no
tienen semillas ni flores, como sí tienen la mayoría de las plantas que
conocemos. Entonces, ¿cómo viven y se reproducen?
Primero, vamos a
conocer cómo es su cuerpo. La mayoría de los helechos tiene una parte escondida
bajo tierra, llamada rizoma. El
rizoma es como un tallo subterráneo del que brotan las hojas, que en el caso de
los helechos se llaman frondas.
Estas hojas pueden parecerse a plumas verdes, con muchas partes más pequeñas
llamadas pínnulas, que nacen de un
eje central llamado raquis. La parte
de la fronda que no tiene pínnulas, y que une la hoja al rizoma, se llama pecíolo.
Algo muy bonito de
observar en los helechos es cómo crecen sus hojas nuevas: lo hacen enrolladas
como un espiral, formando una figura que muchos comparan con una cabeza de
violín. A medida que crecen, se van desenrollando poco a poco. Este diseño en
espiral no es solo elegante: también protege la parte que está en desarrollo,
algo así como un caparazón natural.
Un
sistema de reproducción muy particular
Como dijimos, los
helechos no tienen flores. En lugar de eso, producen esporas, unas partículas tan pequeñas que pueden flotar en
el aire. Si alguna vez mirás con atención el reverso de una hoja de helecho,
vas a notar unos puntitos marrones. No son manchas ni suciedad: son soros, pequeños agrupamientos de
bolsitas llamadas esporangios, que
guardan en su interior las esporas.
Cuando llega el
momento, estas esporas se liberan y, si encuentran un lugar húmedo, comienzan
una aventura maravillosa: dan lugar a una planta nueva y diminuta, muy
diferente del helecho que vemos a simple vista. Esa plantita se llama gametófito y tiene forma de corazón verde. Es tan pequeña como una
uña y muchas veces pasa desapercibida entre las hojas secas o el musgo.
Lo sorprendente es que
en él se encuentran tanto las partes masculinas como femeninas necesarias para
la reproducción. Si hay suficiente agua en el ambiente, los espermatozoides
pueden nadar hasta los óvulos y fecundarlos. De esa unión nace el nuevo helecho
grande que todos reconocemos.
Este ciclo, aunque
complejo, es muy eficiente y ha funcionado durante cientos de millones de años.
Tener las partes reproductivas tan cerca aumenta las posibilidades de que haya
fecundación, y como el gametófito es tan pequeño, puede vivir en lugares donde
una planta grande no sobreviviría. Así, los helechos logran multiplicarse en
rincones donde pocas otras especies pueden crecer.
Helechos
vs. otras plantas
Muchas veces, cuando
hablamos de plantas, pensamos en flores coloridas, en frutas, o en semillas que
caen al suelo. Pero los helechos funcionan de otro modo. Aunque no tienen
semillas ni flores, son plantas de verdad. Hacen fotosíntesis, tienen raíces,
tallos y hojas, y necesitan la luz del
sol, el aire, el agua y los nutrientes del suelo.
Los helechos se encuentran en un lugar especial dentro del mundo vegetal. Son
como un puente entre los musgos seres muy antiguos) y las plantas con semillas
(más modernas). Tienen características
de ambos y eso los ha convertido en un grupo exitoso, capaz de adaptarse
a muchos tipos de ambientes.
De hecho, los helechos
tienen algo que los musgos no tienen: tejido vascular. Esto significa que
pueden transportar agua y sustancias por todo su cuerpo, como si tuvieran un
sistema de cañerías. Gracias a eso, pueden ser mucho más grandes que los
musgos. Algunos helechos arborescentes, por ejemplo, pueden alcanzar los 20
metros de altura.
Cuando nos visiten en
la chacra, queremos invitarlos a mirar con ojos curiosos. En las zonas húmedas
y sombreadas, quizás podemos encontrar helechos y con suerte podremos ver los
soros en el reverso de alguna hoja de donde salen las esporas. Y si llevamos
lupas, quizás podemos descubrir aún más detalles: la forma de las esporas, los
pelitos del raquis, o hasta una hoja joven desenrollándose.
Nosotros nunca nos
cansamos de observar helechos. Nos recuerdan cómo la vida se las ingenia para
seguir adelante sin necesidad de flores ni frutos, de cómo algo tan
aparentemente simple puede ser, en realidad, una obra de la naturaleza muy
compleja.
Así que ya saben, la
próxima vez que vean un helecho, deténganse un momento. Agáchate, míralo con
atención, toca su textura y observa sus formas.
Y si este mundo verde les pareció interesante, les adelantamos que aún queda mucho por conocer. Por ejemplo, ¿sabían que existen plantas aún más antiguas que los helechos?
Si
leyeron con atención ya sabrán que se trata de los musgos, pequeños habitantes del suelo y las piedras, con su propia
forma de vivir, crecer y reproducirse. Les estaremos contando más sobre ellos
en otro post, para seguir aprendiendo juntos sobre la historia verde de nuestro
planeta.
¿Has visto helechos decorando hogares, oficinas o centros comerciales?
¿Qué observaciones tendrías que hacer para darte cuenta que es un helecho?
¿Te gustaría tener un helecho en tu hogar?
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