¡Hola a todos!
Hoy nos toca escribir
el último post de este año y se nos ocurrió que podía ser una buena oportunidad
para detenernos a reflexionar sobre algo que, poco a poco, ha ido cobrando cada
vez más importancia en la Chacra: los sentidos. No vamos a abordarlo desde una
mirada científica ni técnica, sino desde una experiencia cotidiana, sensible y
profundamente ligada a la naturaleza. Darle lugar a los sentidos es también
darnos tiempo, bajar el ritmo y abrirnos a una forma distinta de aprender y
habitar el espacio.
El oído
La naturaleza nos
regala una sinfonía constante; solo hace falta detenerse y escuchar. En la
Chacra, desde hace un tiempo, incorporamos un ejercicio sencillo pero muy
significativo para el comienzo de cada clase, sin importar el grado que
concurra. Ya sea sentados en ronda al aire libre, cuando el clima lo permite, o
dentro del salón, les proponemos a todos un momento de absoluto silencio. No
solo se aquieta la voz: también el cuerpo debe permanecer quieto.
Luego llega el momento
de la escucha y, finalmente, el espacio para compartir lo escuchado. Aparecen
los sonidos de las aves, el viento moviendo las hojas, el zumbido de las abejas
o el canto de un gallo a lo lejos. Este ejercicio nos permite desacelerar antes
de comenzar la jornada, conectarnos con el entorno y tomar conciencia de dónde
estamos. También habilita la comparación con los sonidos de la ciudad y la
comprensión de cuán distintos pueden ser los paisajes sonoros. A partir de esta
experiencia, surge naturalmente la reflexión sobre la importancia de hablar más
bajo cuando estamos cerca de los animales que habitan la Chacra, ya que ellos
están acostumbrados a esos sonidos suaves y constantes.
La vista
Muchos niños notan la
diferencia con la ciudad apenas se bajan del ómnibus: “¡cuánto verde!”,
exclaman con sorpresa. La observación está siempre presente en la Chacra y se
manifiesta en los detalles más pequeños y en los paisajes más amplios. Una
hormiga que camina apurada, una hoja comida, las aves que revolotean cerca o la
vista imponente del río Santa Lucía.
Observar la naturaleza
nos permite valorarla, reconocer su diversidad y comprender que cada elemento
cumple una función. Mirar con atención es también aprender a cuidar, a respetar
y a sentirnos parte de ese entorno. La vista se convierte así en una puerta de
entrada al asombro y a la curiosidad.
El olfato
El olfato suele
aparecer de inmediato cuando los niños llegan a la Chacra. Algunos dicen “se
siente aire puro”, otros comentan sin rodeos “hay olor a caca”. Y ambas
percepciones son válidas. El olfato es un sentido fundamental para conocer la
naturaleza tal como es, sin filtros.
Desde el aroma del
compost hasta el perfume de las flores, pasando por los chanchos o el vivero,
la naturaleza ofrece un sinfín de olores que nos conectan de manera directa con
el espacio. Reconocerlos, nombrarlos y aceptarlos forma parte de la experiencia
y nos ayuda a entender los ciclos naturales y la vida en contacto con la
tierra.
El gusto
Este sentido depende
un poco de la época del año, pero casi siempre tenemos la posibilidad de
degustar algún fruto que los árboles nos regalan. Árboles nativos como la
pitanga, el arazá o el guayabo conviven con naranjas, mandarinas, aceitunas o
pomelos.
La huerta es otro
mundo por descubrir: olores, colores y sabores se combinan en plantas como el
perejil, el orégano, el tomate o la frutilla. Probar lo que la tierra produce
permite no solo reconocer alimentos, sino también comprender de dónde vienen y
valorar el trabajo y el tiempo que implica su crecimiento.
El tacto
A veces pasamos por
alto este sentido, pero es fundamental para conocer y explorar el mundo. Tocar
distintas texturas y temperaturas, experimentar con arcilla o arena, sentir los
pies descalzos en el tajamar. La diversidad de sensaciones es enorme.
Usar las manos —y a veces los pies— para conocer el entorno natural nos permite un aprendizaje profundo y corporal. El tacto nos conecta de manera directa con la tierra y nos invita a una experiencia más libre, auténtica y presente.
Trabajar los sentidos en contacto con la naturaleza no es solo una propuesta pedagógica, sino una invitación a estar presentes. Escuchar, mirar, oler, saborear y tocar nos ayuda a habitar el espacio de otra manera, a aprender desde la experiencia y a construir un vínculo más respetuoso y consciente con el entorno. En la Chacra, los sentidos se transforman en puentes: entre el cuerpo y la naturaleza, entre el aprendizaje y el disfrute, entre el tiempo acelerado de afuera y el ritmo más amable que propone la tierra.


















.jpeg)


No hay comentarios:
Publicar un comentario